Estaba muy tranquila tras sus vacaciones. Un sentimiento de paz invadía su cuerpo hasta que el taxi en el que iba dio la vuelta a la esquina y entro en su calle. En ese preciso instante su cabeza fue asaltada por un sinfín de preguntas:
-¿Dónde guardé las llaves?
-¿Seguirán vivas las plantas?
-¿Cerré la llave del agua? ¿Se habrá inundado el piso? ¿Y el gas? ¿Se habrá quemado el edificio?
Más y más preguntas la acechaban y hacían que caminara rápido, incluso corrió al llegar a su rellano.
Por fin abrió la puerta y compró que todo estaba en orden. Respiró y se sentó en el sofá.
De pronto:
-¿Me habré olvidado algo en el hotel?
-¿Dónde he puesto el móvil?
-¿Qué tendré que hacer mañana en el trabajo?
-¿Qué me pondré mañana? ¿Hará frío o calor?
-¿De qué valían unas vacaciones relajantes si al volver tenía incluso más estrés?
Esa última pregunta hizo saltar un resorte en su interior y una respuesta automática llego por primera vez a su ser. «Es cuestión de actitud»
Repitió esta frase en voz alta, puso música, se abrió una cerveza y comenzó a deshacer la maleta con total tranquilidad. Igual había olvidado unos calcetines en el hotel pero no su calma.