Llevaban años siguiendo su rastro. Cuando parecía que por fin iban a alcanzarlo, de alguna manera inexplicable, siempre se evaporaba. Desaparecía por completo sin dejar rastro.
Pero esta vez tenían todo lo necesario. Habían cubierto el terreno de trampas y lo esperaban bien camuflados.
Algo se movió en la oscuridad, un ruido por aquí y por allá. De pronto se cerró una de las trampas ¡Lo tenían!
En ese momento, su madre encendió la luz del jardín y los llamó para cenar.
Juraron y perjuraron haber visto al duende decirles adiós con la mano antes de esfumarse ante ellos, por última vez.