Tarjeta regalo. Día 110

Al abrir el buzón, entre facturas y publicidad había una carta de sus padres para felicitarle el cumpleaños con una tarjeta regalo.

La tarjeta venía con un código y la dirección de una sala de actividades cerca de su casa.

Andrés fue a la dirección indicada en la tarjeta y se sorprendió cuando le dijeron que su regalo era un curso de baile.

Supuso que sería una broma de sus padres y se dispuso a tomar las clases para seguir el juego.

El primer día, al entrar en aquella sala con espejos en la pared del fondo, suelo de parquet, grandes ventanales y techos altos, recordó cuando de pequeño veía a su hermana en clase de ballet.

Todos se presentaron y empezaron a calentar, luego empezaron con ejercicios sencillos y un poco de baile libre. Le costaba soltarse. Después de tantos años con los brazos pegados al cuerpo, parecía más un gigante en una cabalgata que un bailarín pero de alguna manera, se sintió lleno de alegría y vitalidad al terminar la clase.

Pasaron las semanas y hay que reconocer, que mejoraba bastante. Su pareja de baile y él iban siempre media hora antes para practicar.

Un día, mientras aprendían el tango, vio a un niño embobado en la ventana mirándolos, su padre tiró de el del brazo y le obligó a continuar andando. En ese momento, Andrés, se reconoció a sí mismo de pequeño cuando sus padres le obligaban a ir a fútbol, mientras su hermana hacía ballet.

Toda la clase estuvo dándole vueltas a ese niño de la ventana.

Al llegar a casa llamó a sus padres y les contó lo mucho que le estaba gustando su regalo. Sus padres se alegraron mucho de que le gustase el curso de karate.

-¿De karate?

Andrés no sé molestó en contar lo ocurrido e invitó a sus padres a la exhibición de fin de curso de «karate».

Llegó el día esperado. Estaba más nervioso por la reacción de sus padres al verlo bailar que por la exhibición en sí.

Desde detrás del telón vio el desconcierto de sus padres al llegar allí y no ver a un montón de hombres en kimono dándose de leches. Vio como preguntaban al acomodador y se sentaban en sus asientos.

Se abrió el telón y Andrés se dejó llevar por la música como si no hubiera un mañana.

La actuación fue increíble, tuvieron muchísimos aplausos pero debido a los focos Andrés no pudo ver si alguno de esos aplausos venía de sus padres.

Buscó a sus padres pero nada, sus asientos estaban vacíos.

Tenía ganas de llorar y no tenía del todo claro porque. ¿Qué podía hacer ahora?

Al salir del camerino, encontró a sus padres con un ramo de flores y una botella de champagne.

-No ha sido fácil encontrar una tienda abierta a estas horas. ¡Vaya sorpresas nos das! ¡Enhorabuena artista!

Andrés los abrazó y les explicó que había habido un error con el código de su tarjeta regalo y que gracias a eso había descubierto que le gustaba bailar más que nada en este mundo.

Al contrario de lo que él pensaba sus padres no estaban enfadados ni decepcionados, es más, su madre estaba deseando que le enseñara unos pasos a su padre.

Si les parecía bien que bailara, ¿por qué no le dejaban ir a ballet de pequeño con su hermana?  La respuesta fue simple: «No sabíamos que quisieses ir. Todos los niños de tu escuela iban a fútbol así que te apuntamos con ellos. Con tu hermana igual, la apuntamos a baile con todas las otras niñas. No se nos ocurrió preguntar»

Al volver a la sala de baile, Andrés puso un cartel en la ventana para aquel niño que había abierto una puerta a sus recuerdos y cualquier otro en la misma situación.

Una semana más tarde, el curso de baile para padres e hijos estaba lleno. Andrés se emocionó en gran medida cuando vio que entre sus alumnos se encontraba aquel niño de la ventana y el padre que le tiró del brazo, como suponía Andrés, para llevarlo a fútbol. Su cartel había funcionado.

Es curioso como un código erróneo, puede llevarte al acierto más grande de tu vida.