Estaba muy asustada aquella noche. Había oído algunos ruidos y cuando llamaron por teléfono, no lo cogió, se metió rápidamente debajo de la colcha.
El teléfono sonó 5 veces más y no contestó ninguna porque estaba convencida de que era un asesino en serie para decirle que sabia lo que hizo el último verano, aunque ella solo hubiese ido a su pueblo en agosto. No, no cogería el teléfono ni loca.
Empezó a escuchar ruidos fuertes y metió la cabeza debajo de la almohada.
-¡Qué amanezca ya! Decía una y otra vez
Tanto miedo tenía que no comprendió que los golpes y las llamadas eran de los vecinos para avisarle de que se estaba quemando el edificio.
Por suerte, los bomberos derribaron la puerta y la sacaron a rastras de su protección de mantas y cojines que no tenía nada que hacer contra las llamas de verdad.
Aquella noche, el miedo casi la mata y no del susto.