Diferente. Día 70

Raúl rechazaba todo lo nuevo que llegaba a él.

No es que viviera bajo el lema de «más vale malo conocido que bueno por conocer», simplemente, estaba seguro de que lo que él conocía era lo mejor y todo lo demás era mentira, peor y de locos.

Por esta razón, nunca salió de su ciudad, mantuvo su primer empleo, guardó el mismo corte de pelo que le hacía su madre y se casó con su novia de la infancia, que en paz descanse.

Cuando empezaron a llegar extranjeros a su barrio los ignoraba completamente. Poco a poco el número fue creciendo y empezó a molestarle el olor a otras comidas, el sonido de otros idiomas, la música de cada lugar y cualquier  cosa que no fuera lo que él había conocido siempre. Si no era lo de siempre, era peor.

Un día unos chavales estaban jugando a un juego que él no conocía y por accidente, un artilugio de madera en forma de ele calló a sus pies. Empezó a gritarles y a sacar toda su frustración contra ellos hasta que la abuela de uno se acercó para pararle los pies.

Al ver a aquella señora dirigirse hacía a el con la fuerza de un tornado, no le pareció peor de otra gente que conocía, no le pareció diferente, sino única y especial.

No escuchó lo que la mujer le dijo porque no podía dejar de contemplarla como el que ve el amanecer por primera vez. Cuando se dio cuenta, pidió perdón en un susurro y continúo su camino.

Desde entonces, el olor a especias le parece delicioso, el sonido de otros idiomas le abre una puerta a lo desconocido, los ritmos que escucha mueven su cuerpo como nunca se había movido y cualquier cosa diferente le recuerda a ella.

¿Se habría equivocado todos estos años? Esa pregunta rondó su cabeza hasta que la respuesta llegó a modo de invitación.

«El 5 de septiembre, en la plaza se organizará una comida multicultural. La asociación de vecinos y la casa de cultura proporcionarán comida, bebida, música y entretenimiento.»

Tenía miedo de ir pero necesitaba responder a aquella duda que le carcomía por dentro. Se puso guapo y salió de casa.

Al llegar a la plaza encontró a gente muy diferente y muy parecida al mismo tiempo. Todos disfrutaban con bailes, juegos, nuevos sabores y nuevas historias.

Vio a la mujer que había revuelto su mundo tras una mesa, ofreciendo comida de su país. Se acercó esperando que no se acordase de él.

Claro que se acordaba de él, no había parado de pensar en ese hombre desde que le gritó en la calle por culpa de su nieto. La vedad es que ella esperaba que el le contestara, tener una acalorada discusión y luego ir a tomar algo para conocerse mejor pero no fue lo que pasó. Ya había aprendido que allí las cosas y los hombres eran diferentes, de modo que dejó la estrategia de la discusión y fingió que era la primera vez que lo veía. Le explicó, como a cualquier otro, la preparación de cada plato, bueno, puede que con más detalle que a cualquier otro.

Cuando se quedaron sin platos de conversación, empezaron a compartir historias de su infancia y poco a poco compartieron su vida entera.

Cuando terminó la fiesta, se despidieron y cada uno emprendió el camino de vuelta.

-¿Por qué no le he dicho nada más? ¡Tendría que haberle pedido el número de teléfono! Esto y cosas por el estilo, murmuraba Raúl enfadado cuando un boomerang cayó a sus pies. Lo cogió y vio el nombre y el teléfono de su exótica amada que se reía con su nieto desde el otro lado de la calle.

Estaba claro ¡Había estado toda su vida equivocado! Porque como siempre dice ella, «lo diferente, es solo y simplemente, diferente».