Más no es mejor. Día 15

Había vuelto a suspender. Sabía que al llegar con las notas a casa lo iban a castigar. Pero de todas formas ¿Qué iban a quitarle? Lo único que hacía era estudiar, comer y dormir. Seguro que lo mandaban a la cama sin cenar otra vez.

Estaba convencido de que era tonto. Sus compañeros de clase veían la tele, estaban en equipos de deporte, salían por ahí y aprobaban. Con mejores o peores notas, pero aprobaban. Él no salía de su habitación ni el fin de semana y suspendía.

Estaba cansado, triste y vencido. A ese paso, no terminaría el instituto jamás. No tenía más horas en el día para estudiar. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Llegaron unas vacaciones y sus padres lo enviaron a una academia, para que repasara y prepara las recuperaciones que tendría a la vuelta.

El internado era tal cual lo había visto en el folleto.  Por fuera parecía una cárcel. Se despidió de sus padres que le recordaron, otra vez, lo importante que era aprobar y se dirigió a la entrada.

El interior era lo opuesto a una cárcel, tampoco parecía una escuela ni nada que le resultara familiar. Había muchos colores y formas diferentes. Vio un gran patio donde otros jóvenes jugaban a fútbol. Uno se acercó hasta el y le invitó a jugar con ellos. Cuando vio la cara de sorpresa que tenía y la maleta que llevaba en la mano se ofreció a mostrarle el edificio y los alrededores.

Pasaron por los campos de deporte, la sala de juegos, la sala de pintura, el teatro, la sala de baile, las aulas, la sala multiusos, la biblioteca, el cine, el comedor, la piscina y por último, las habitaciones.

Una hora más tarde, su tutor le entregó el horario que debía seguir. Todas las casillas estaban vacías. No entendía nada. Entonces, le dio un horario con las actividades y clases que se realizaban y un lápiz para que creara su propio plan. Eran libres para hacer lo que quisieran.

Ese día, fue la primera vez que jugaba a baloncesto por diversión y no obligado en clase de gimnasia. Hizo mil deportes e incluso, empezó a pintar. Cuando se acostó estaba agotado pero feliz. No recordaba haberse sentido así antes.

Al día siguiente, entre balonmano y natación, fue a matemáticas. No sabía si era por el profesor o porque había dormido muy bien aquella noche o por haber estado jugando antes de la clase pero lo entendió todo a la perfección. Ante su asombro, pasó lo mismo en ingles y en biología. Su tutor le explicó que aprender no es solo cuestión de dedicar más tiempo, sino de dedicar tiempo de calidad.

Fueron las mejores vacaciones de su vida.

Al volver al instituto, aprobó todos los exámenes y antes de que sus padres le dijeran que tenía que estudiar más, se apuntó a tenis y a guitarra. Quedó con sus compañeros de clase para estudiar, ir al cine y salir por ahí. Ahora sabía que para ser eficiente necesitaba divertirse al menos un poco cada día.

Durante una comida familiar, sus tíos preguntaron como había hecho para cambiar tanto de la noche a la mañana. Necesitaban hacer lo mismo con su hijo. Al oír esto, enseguida recomendó ese internado severo, donde te meten en vereda y te enseñan lo que de verdad es importante en la vida. Mientras les mostraba la página web con el edificio carcelario de fondo, le guiñó un ojo cómplice a su primo, ya se lo había contado todo.