La riada. Día 12

Era lo que comúnmente llamamos un pececito de río.

Nació junto con todos sus hermanos en una tranquila balsa.

Cuando llegó el momento de partir, sus hermanos nadaron río abajo pero él se las arregló para perder al grupo y permanecer en su querida balsa.

Vio crecer y partir una generación tras otra y cada año se decía a si mismo:

-Saldré con el próximo grupo.

Pero cuando llegaba el momento, le entraba un pánico terrible, las aletas se le paralizaban y volvía a quedarse en aquella balsa que conocía tan bien.

Una primavera, llovió más de lo habitual. La riada fue tan fuerte que nuestro pececito no pudo luchar contra la corriente y fue arrastrado río abajo. Se golpeó con piedras y con otros peces, se quedó enredado con unas hierbas y logró salir para seguir siendo arrastrado y golpeado por la corriente.

Había tenido los ojos cerrados por el miedo la mayor parte del tiempo. Entreabrió un ojo cuando notó que en lugar de ser arrastrado, estaba flotando. Vio que había llegado a una balsa enorme ¿Sería el «Peligroso Lago»? No podía ser… Ese lugar no parecía nada peligroso, al contrario, era interesante y curioso ¡Un mundo por descubrir! Empezó a recorrerlo de lado a lado, habló con unos y con otros para saber más sobre aquel sitio. Cuando llegó al embarcadero, encontró a sus hermanos. Casi todos estaban casados y con pececitos a su cargo. Se alegraron mucho de verlo y se agolparon para recibirlo.

El pececito les contó su viaje y se sorprendió al descubrir, que mientras contaba lo duro que había sido, no se arrepentía de nada. Se alegraba de que la riada lo hubiese llevado a donde tenía que estar, aunque hubiese tenido que ser a la fuerza. De otro modo, el no se habría decido.